CORTESÍA Y
COMPLACENCIA
Sesión de Psicointegración: 30/Nov/2012
De Jorge Raul Olguín.
La cortesía y la caballerosidad se distinguen de la permisividad, el consentimiento y la resignación , que son roles del ego, en que no esperan retribución alguna.
Jorge Olguín: A
veces confundimos brindar con ser complacientes, a veces confundimos cortesía,
caballerosidad con cierta debilidad.
La complacencia
puede ser por cortesía, puede ser por debilidad o puede ser por indiferencia. En
los dos últimos casos es negativa. Si somos complacientes por indiferencia
siempre vamos a quedar rezagados. Si somos complacientes para quedar bien, lo
mismo, y aparte no vamos a darnos la oportunidad de saber hasta dónde llegamos.
Es como si tuviéramos una pista segura, muy segura, nos dieran un coche de alta
gama y de alta competición y -no que tuviéramos temor pero que no fuera
prioridad apretar el acelerador- lo andamos, lo corremos, damos varias vueltas a
la pista como si lleváramos un caballo al trote. Lo disfrutamos, anduvimos bien,
pero nunca supimos el rendimiento del caballo porque no lo llevamos al galope,
no le pudimos tomar el tiempo.
De ahí se derivan
varias ramas de pensamiento. Si yo de repente tengo un caballo y lo tengo en un
camino de tierra para disfrutar voy a ir al trote. ¿Para qué voy a ir a galope?,
no necesito probarme, no necesito probarme a nadie cuanto puedo correr con ese
caballo. Y, a veces, aceptar un desafío también puede ser ego, ego propio: "A mí
no me va a ganar". Pero si nos dejamos ganar de alguna manera estamos
complaciendo el ego del otro y no le estamos haciendo bien porque estamos
creando un narcisista en la otra persona.
Y de ser
complacientes a ser sometidos hay un paso muy corto. Algunos dirán que son
comparaciones que no tienen que ver porque uno puede ser complaciente por
cortesía. Nadie se va a dejar someter por cortesía pero a veces sí nos dejamos
someter por justificación.
Justamente en estos
tiempos que se habla tanto de la violencia de género, con todo respeto, con todo
cariño, hay muchas mujeres que son cómplices de sus maltratadores
justificándolos: "Algo habré hecho yo para que él reaccione así". Pero no me voy
a ir del tema.
Todo lo que uno
elija y que le haga bien a uno está bien. Si a uno le hace bien ser
complaciente, perfecto; si a uno le hace bien permitir que el otro avance y uno
quedarse rezagado para que el otro se sienta feliz, está
bien.
Pero, por un lado,
como dije antes, estamos creando un ego narcisista en la persona que dejamos
ganar y, por otro lado, a veces, meditando o entrando en nuestro interior,
notamos como cierta disconformidad en nuestra complacencia: "¡Ah! ¿Entonces no
era feliz complaciendo a los demás? ¿Buscaba la aprobación de los demás siendo
complaciente?". No, no siempre. A veces es para evitar polémica o para que la
otra persona estuviera contenta. No deja de haber ahí un dejo de indiferencia y
la indiferencia siempre es mala consejera porque la indiferencia es el lado
opuesto del compromiso. Me comprometo en hacer una obra, en una relación
afectiva, en terminar un trabajo, en una amistad. Me comprometo. No voy a ser ni
indiferente ni complaciente porque estoy comprometido, tengo que estar enfocado
y si estoy enfocado tengo que llevar la tarea a cabo. Y la tarea puede ser
cultivar una amistad, cultivar un afecto, terminar una labor o ganar en un
deporte. No todo es ego. Y si en querer ganar en un juego de salón, en un juego
de pelota o en lo que fuera hubiera un atisbo de ego, bueno, es un ego
inofensivo en tanto y en cuanto si uno, aun poniendo toda la voluntad perdiera,
lo tomara de una manera natural. Si se ofusca es ego; eso sí es un ego grave.
Entonces es tan grave ofuscarse por haber puesto la voluntad y haber perdido que
por no haber puesto la voluntad porque no importaba, porque en ninguna de las
dos expresiones hay un equilibrio, hay un centro.
Entonces, no
confundir lo cortés, el jugarme por lo que yo creo que es cierto, con ser
complaciente porque en una batalla rescato a la dama, asumí un compromiso de
rescatarla y la rescaté pero luego soy complaciente. Pero todavía no sé cómo es
esa dama y quizá esa dama, quizá, quizá -acá estoy frenando los peros-, quizá
esa dama sea caprichosa, demandante, exija y entonces yo tenga los roles
confundidos y sea complaciente con sus demandas, con sus caprichos y pase a ser
sometido. Entonces, aquel caballero que se jugó la vida en una batalla pasa a
ser un sometido de la dama, pasa a ser un niño de la dama que se transforma en
madre, en mamá de esa pareja.
Sucede en las
relaciones de amistad. Salen varios y de los varios siempre hay dos que deciden
dónde vamos: hoy vamos a este baile, hoy vamos a ver este recital. Y los otros,
los que son complacientes, dicen:
-Bueno, donde
vosotros queráis, me da lo mismo.
¿Cómo me da lo
mismo? A mí no me da lo mismo. Puede haber una lucha de
intereses:
-Nosotros queremos
ir al recital.
-¡Ah! No, no, yo
quiero ver ese estreno que me dijeron que es
maravilloso.
-¡Oh! Pero queremos
ir al recital.
Podemos ceder si
los otros son mayoría porque si no nos cortamos y nos vamos solos al estreno y
tampoco tiene sentido. Pero por lo menos armamos un debate. Pero no de primeras
decimos "Bueno, lo que vosotros queráis" porque entonces somos sometidos de la
amistad y pasa a ser una amistad esclava. Lo mismo con una relación de pareja,
que pasa a ser una relación de pareja esclava donde el hombre se transforma en
un niño y la esposa se transforma en una madre donde el niño tiene que rendir
cuentas. Es más, por momentos se puede acostumbrar a demandar él porque la madre
va a demandar hasta que fortalezca su rol. Ya cuando fortaleció su rol ya no
demanda, ordena, y ahí el sometimiento es total.
¿Y dónde empezó
todo? En consentir. Pero rebobino, retrocedo. Si el consentimiento, si la
dominación ajena no me causa incomodidad, está bien. Pero de no causarme
incomodidad a gustarme hay un trecho, un trecho donde soy complaciente, como
resignado, y quien tiene compromisos no se resigna, no embate torpemente una y
otra y otra vez contra la roca hasta magullarse la cabeza o contra los molinos
de viento, pero nos caemos y nos levantamos, nos caemos y nos volvemos a
levantar y siempre tiramos para adelante, pero no con la obstinación de un asno
porque el asno no piensa de la misma manera que el humano, su complejo mental es
muy inferior al de un humano. Entonces no se trata de ir obstinadamente
arremetiendo como un toro, se trata de ir razonablemente para
adelante.
Pero a veces,
cuando consentimos, cuando permitimos, el otro -pareja, amigo, jefe, lo que
fuera- puede equivocarse y pensar que ese consentimiento es debilidad y se
aprovecha, porque hay gente que se aprovecha. Hay gente que tiene por costumbre
aprovecharse de esas situaciones.
Aquí la pregunta
sería: ¿Y quién tiene la culpa? Y la respuesta es: no, no se trata de culpa
-porque como dije muchas veces, culpa tiene que ver con culpable, que es quien
hace algo ex profeso- sino de responsabilidad, donde podemos cometer un error
sin querer o no nos damos cuenta o tenemos cierta debilidad. Entonces somos
responsables de esa debilidad, no culpables, aun cometiendo un acto hostil
contra nosotros mismos porque no deja de ser un acto hostil el ser permisivos
porque muchas veces dije "No debemos ser permisivos con el error" pero tampoco
debemos ser complacientes con el capricho, que no es lo mismo pero es parecido
porque si somos complacientes con el capricho le echamos con la fragua viento a
la llama y el capricho crece, porque somos complacientes con el
capricho.
A veces no decimos
"No" para no quedar mal con el otro. Eso es buscar la aprobación de los demás. A
veces no decimos "No" para evitar una pelea conyugal o de amistades: "¿Qué va a
pensar? No, ahora no quiero problemas, no quiero discusiones", y soy
complaciente. ¿Quién queda mal? Yo, porque soy complaciente. La otra persona
feliz y contenta y yo enroscado en mí mismo tragando bilis. Entonces, ¿cuál es
la respuesta: decir no y arremeter contra la otra persona? No, tampoco. Hay algo
que se llama diálogo; son tres sílabas: dia-lo-go. Ahora, si la otra persona se
tapa los oídos y no quiere dialogar, bueno, se verá la vuelta de tuerca, se verá
qué se hace en ese caso.
Pero ser
complaciente es, de alguna manera, mostrarnos vulnerables y cometemos actos
hostiles contra nosotros -porque nos acostumbramos y cuesta a veces sacarse una
costumbre- y un acto hostil contra el otro porque los cebamos, le cebamos su
capricho, le cebamos su demanda y el tigre cebado come por comer. Y la persona
que uno le fomenta ser demandante -bueno, a su juego la llamaron- va a seguir
demandando porque el otro concede.
Para todo tiene que
haber un término medio, un equilibrio. Al fin y al cabo la sociedad no es un
campo de batalla, no estamos en la edad media. Es muy raro que -y acá utilizo
una palabra que me gusta- la dignidad ceda a los caprichos porque la cortesía y
la amabilidad es una actitud que se hace sin esperar nada a cambio. Pero no es
tan así, sí que se espera algo. No, no es una recompensa, un premio, es un
"Gracias", y eso no es alimentar el propio ego, es simplemente que la persona
digna concede y del otro lado espera un "Gracias", que es lo correcto, que es lo
justo. Cuando el caballero salva a la dama de las garras del dragón, la dama
tiene la obligación moral -no es una obligación real- de decir "Gracias" por su
caballerosidad. De ahí viene la palabra "caballerosidad", de los caballeros que
salvaban a la dama de las garras del dragón cuando estaba en el ala izquierda
del castillo, encerrada. Y de ahí viene también la palabra cortesía, el cortés,
el galante.
Y ahí también se
confunden los términos porque el galán actual no es galante. Y ahí hay un juego
de palabras porque el galán actual es un maniquí que se muestra pero no
necesariamente es cortés, no necesariamente es caballero; es una fachada, una
máscara el galán. El galante es el cortés, el que permite el paso y recibe una
propina que se llama "Gracias", que es lo único que se espera del otro
lado.
Gracias.
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