Sunday, March 03, 2013

CORTESÍA Y COMPLACENCIA

CORTESÍA Y COMPLACENCIA


 
 
Sesión de Psicointegración: 30/Nov/2012
De Jorge Raul Olguín.

La cortesía y la caballerosidad se distinguen de la permisividad, el consentimiento y la resignación , que son roles del ego, en que no esperan retribución alguna.




Jorge Olguín: A veces confundimos brindar con ser complacientes, a veces confundimos cortesía, caballerosidad con cierta debilidad.


La complacencia puede ser por cortesía, puede ser por debilidad o puede ser por indiferencia. En los dos últimos casos es negativa. Si somos complacientes por indiferencia siempre vamos a quedar rezagados. Si somos complacientes para quedar bien, lo mismo, y aparte no vamos a darnos la oportunidad de saber hasta dónde llegamos. Es como si tuviéramos una pista segura, muy segura, nos dieran un coche de alta gama y de alta competición y -no que tuviéramos temor pero que no fuera prioridad apretar el acelerador- lo andamos, lo corremos, damos varias vueltas a la pista como si lleváramos un caballo al trote. Lo disfrutamos, anduvimos bien, pero nunca supimos el rendimiento del caballo porque no lo llevamos al galope, no le pudimos tomar el tiempo.


De ahí se derivan varias ramas de pensamiento. Si yo de repente tengo un caballo y lo tengo en un camino de tierra para disfrutar voy a ir al trote. ¿Para qué voy a ir a galope?, no necesito probarme, no necesito probarme a nadie cuanto puedo correr con ese caballo. Y, a veces, aceptar un desafío también puede ser ego, ego propio: "A mí no me va a ganar". Pero si nos dejamos ganar de alguna manera estamos complaciendo el ego del otro y no le estamos haciendo bien porque estamos creando un narcisista en la otra persona.


Y de ser complacientes a ser sometidos hay un paso muy corto. Algunos dirán que son comparaciones que no tienen que ver porque uno puede ser complaciente por cortesía. Nadie se va a dejar someter por cortesía pero a veces sí nos dejamos someter por justificación.


Justamente en estos tiempos que se habla tanto de la violencia de género, con todo respeto, con todo cariño, hay muchas mujeres que son cómplices de sus maltratadores justificándolos: "Algo habré hecho yo para que él reaccione así". Pero no me voy a ir del tema.


Todo lo que uno elija y que le haga bien a uno está bien. Si a uno le hace bien ser complaciente, perfecto; si a uno le hace bien permitir que el otro avance y uno quedarse rezagado para que el otro se sienta feliz, está bien.


Pero, por un lado, como dije antes, estamos creando un ego narcisista en la persona que dejamos ganar y, por otro lado, a veces, meditando o entrando en nuestro interior, notamos como cierta disconformidad en nuestra complacencia: "¡Ah! ¿Entonces no era feliz complaciendo a los demás? ¿Buscaba la aprobación de los demás siendo complaciente?". No, no siempre. A veces es para evitar polémica o para que la otra persona estuviera contenta. No deja de haber ahí un dejo de indiferencia y la indiferencia siempre es mala consejera porque la indiferencia es el lado opuesto del compromiso. Me comprometo en hacer una obra, en una relación afectiva, en terminar un trabajo, en una amistad. Me comprometo. No voy a ser ni indiferente ni complaciente porque estoy comprometido, tengo que estar enfocado y si estoy enfocado tengo que llevar la tarea a cabo. Y la tarea puede ser cultivar una amistad, cultivar un afecto, terminar una labor o ganar en un deporte. No todo es ego. Y si en querer ganar en un juego de salón, en un juego de pelota o en lo que fuera hubiera un atisbo de ego, bueno, es un ego inofensivo en tanto y en cuanto si uno, aun poniendo toda la voluntad perdiera, lo tomara de una manera natural. Si se ofusca es ego; eso sí es un ego grave. Entonces es tan grave ofuscarse por haber puesto la voluntad y haber perdido que por no haber puesto la voluntad porque no importaba, porque en ninguna de las dos expresiones hay un equilibrio, hay un centro.


Entonces, no confundir lo cortés, el jugarme por lo que yo creo que es cierto, con ser complaciente porque en una batalla rescato a la dama, asumí un compromiso de rescatarla y la rescaté pero luego soy complaciente. Pero todavía no sé cómo es esa dama y quizá esa dama, quizá, quizá -acá estoy frenando los peros-, quizá esa dama sea caprichosa, demandante, exija y entonces yo tenga los roles confundidos y sea complaciente con sus demandas, con sus caprichos y pase a ser sometido. Entonces, aquel caballero que se jugó la vida en una batalla pasa a ser un sometido de la dama, pasa a ser un niño de la dama que se transforma en madre, en mamá de esa pareja.


Sucede en las relaciones de amistad. Salen varios y de los varios siempre hay dos que deciden dónde vamos: hoy vamos a este baile, hoy vamos a ver este recital. Y los otros, los que son complacientes, dicen:


-Bueno, donde vosotros queráis, me da lo mismo.

¿Cómo me da lo mismo? A mí no me da lo mismo. Puede haber una lucha de intereses:

-Nosotros queremos ir al recital.

-¡Ah! No, no, yo quiero ver ese estreno que me dijeron que es maravilloso.

-¡Oh! Pero queremos ir al recital.


Podemos ceder si los otros son mayoría porque si no nos cortamos y nos vamos solos al estreno y tampoco tiene sentido. Pero por lo menos armamos un debate. Pero no de primeras decimos "Bueno, lo que vosotros queráis" porque entonces somos sometidos de la amistad y pasa a ser una amistad esclava. Lo mismo con una relación de pareja, que pasa a ser una relación de pareja esclava donde el hombre se transforma en un niño y la esposa se transforma en una madre donde el niño tiene que rendir cuentas. Es más, por momentos se puede acostumbrar a demandar él porque la madre va a demandar hasta que fortalezca su rol. Ya cuando fortaleció su rol ya no demanda, ordena, y ahí el sometimiento es total.


¿Y dónde empezó todo? En consentir. Pero rebobino, retrocedo. Si el consentimiento, si la dominación ajena no me causa incomodidad, está bien. Pero de no causarme incomodidad a gustarme hay un trecho, un trecho donde soy complaciente, como resignado, y quien tiene compromisos no se resigna, no embate torpemente una y otra y otra vez contra la roca hasta magullarse la cabeza o contra los molinos de viento, pero nos caemos y nos levantamos, nos caemos y nos volvemos a levantar y siempre tiramos para adelante, pero no con la obstinación de un asno porque el asno no piensa de la misma manera que el humano, su complejo mental es muy inferior al de un humano. Entonces no se trata de ir obstinadamente arremetiendo como un toro, se trata de ir razonablemente para adelante.


Pero a veces, cuando consentimos, cuando permitimos, el otro -pareja, amigo, jefe, lo que fuera- puede equivocarse y pensar que ese consentimiento es debilidad y se aprovecha, porque hay gente que se aprovecha. Hay gente que tiene por costumbre aprovecharse de esas situaciones.


Aquí la pregunta sería: ¿Y quién tiene la culpa? Y la respuesta es: no, no se trata de culpa -porque como dije muchas veces, culpa tiene que ver con culpable, que es quien hace algo ex profeso- sino de responsabilidad, donde podemos cometer un error sin querer o no nos damos cuenta o tenemos cierta debilidad. Entonces somos responsables de esa debilidad, no culpables, aun cometiendo un acto hostil contra nosotros mismos porque no deja de ser un acto hostil el ser permisivos porque muchas veces dije "No debemos ser permisivos con el error" pero tampoco debemos ser complacientes con el capricho, que no es lo mismo pero es parecido porque si somos complacientes con el capricho le echamos con la fragua viento a la llama y el capricho crece, porque somos complacientes con el capricho.


A veces no decimos "No" para no quedar mal con el otro. Eso es buscar la aprobación de los demás. A veces no decimos "No" para evitar una pelea conyugal o de amistades: "¿Qué va a pensar? No, ahora no quiero problemas, no quiero discusiones", y soy complaciente. ¿Quién queda mal? Yo, porque soy complaciente. La otra persona feliz y contenta y yo enroscado en mí mismo tragando bilis. Entonces, ¿cuál es la respuesta: decir no y arremeter contra la otra persona? No, tampoco. Hay algo que se llama diálogo; son tres sílabas: dia-lo-go. Ahora, si la otra persona se tapa los oídos y no quiere dialogar, bueno, se verá la vuelta de tuerca, se verá qué se hace en ese caso.


Pero ser complaciente es, de alguna manera, mostrarnos vulnerables y cometemos actos hostiles contra nosotros -porque nos acostumbramos y cuesta a veces sacarse una costumbre- y un acto hostil contra el otro porque los cebamos, le cebamos su capricho, le cebamos su demanda y el tigre cebado come por comer. Y la persona que uno le fomenta ser demandante -bueno, a su juego la llamaron- va a seguir demandando porque el otro concede.


Para todo tiene que haber un término medio, un equilibrio. Al fin y al cabo la sociedad no es un campo de batalla, no estamos en la edad media. Es muy raro que -y acá utilizo una palabra que me gusta- la dignidad ceda a los caprichos porque la cortesía y la amabilidad es una actitud que se hace sin esperar nada a cambio. Pero no es tan así, sí que se espera algo. No, no es una recompensa, un premio, es un "Gracias", y eso no es alimentar el propio ego, es simplemente que la persona digna concede y del otro lado espera un "Gracias", que es lo correcto, que es lo justo. Cuando el caballero salva a la dama de las garras del dragón, la dama tiene la obligación moral -no es una obligación real- de decir "Gracias" por su caballerosidad. De ahí viene la palabra "caballerosidad", de los caballeros que salvaban a la dama de las garras del dragón cuando estaba en el ala izquierda del castillo, encerrada. Y de ahí viene también la palabra cortesía, el cortés, el galante.


Y ahí también se confunden los términos porque el galán actual no es galante. Y ahí hay un juego de palabras porque el galán actual es un maniquí que se muestra pero no necesariamente es cortés, no necesariamente es caballero; es una fachada, una máscara el galán. El galante es el cortés, el que permite el paso y recibe una propina que se llama "Gracias", que es lo único que se espera del otro lado.

Gracias.