Tuesday, July 26, 2011

DIGNIDAD



DIGNIDAD
 
 
Sesión de Psicointegración: 02/Abril/2010
De Jorge Raul Olguín.
Habló sobre la importancia de la dignidad, el falso orgullo, la baja y alta estima, la permisividad, beneficios de las actitudes correctas... Dio diversos ejemplos.

Nosotros, como seres humanos, tenemos infinidad de facetas del ego, facetas del ego que a veces por nuestra propia debilidad espiritual nos dominan y nos dicen que hacer o que no hacer. Y esas facetas del ego tienen infinidad de variantes. Aquel terapeuta que diga que pueden ser clasificables, yo diría que es demasiado atrevido en decir algo así. Todavía se siguen descubriendo en el presente facetas distintas de los roles que nosotros tenemos como seres humanos. Siempre lo aclaro, que ninguna de las facetas egoicas tienen que ver con las personalidades psicoanalíticas, esas personalidades disociadas. En las facetas del ego, la persona se acuerda perfectamente de todo lo que hizo o dijo, al contrario; no sólo se acuerda sino que si actuó erradamente se crea después un complejo de culpa por haber hecho o impulsado a hacer un acto hostil.
Hay virtudes en el ser humano que yo no las clasificaría como roles de ego, por ejemplo, la dignidad. El aforismo más importante -o mejor dicho- más conocido, de que es la dignidad es: “No permitas que el otro te haga lo que tú no le harías a él”, es el aforismo más conocido de lo que es la dignidad. Pero con la dignidad y con el falso orgullo se pueden hacer comparaciones y diferencias; aquellos que conocemos los roles del ego y que es la dignidad pero que seguimos estudiando y profundizando podemos confundirnos entre uno y otro. Generalmente el falso orgullo es una faceta egoica: el falso orgullo se ofende, el falso orgullo se molesta, el falso orgullo sale lastimado… La dignidad es como la boya: salir a flote en la peor de las marejadas aún a costa de ella. No quiero decir con esto que una persona digna no sufra o que una persona digna no pase por apremios, simplemente que va a salir indemne en lo que yo llamaría su interior. ¿En qué aspecto? A todo ser humano lo pueden lastimar: nos lastiman los abandonos, nos lastiman las traiciones, los engaños, hay muchas cosas que nos traicionan pero lo más importante es entender que la persona que tiene dignidad, aun sabiendo que esa etapa de felicidad que se puede llegar a cortar momentáneamente o definitivamente, sigue con la frente alta. Esto significa: ¿Una persona digna puede evitar determinada situación nefasta que una persona con poca dignidad no? No, no necesariamente. A veces una persona que tiene dignidad y otra que carece de ella sufren el mismo inconveniente que puede ser un despido laboral, un abandono afectivo, un corte de amistades o una sensación de que algo negativo puede pasar. La diferencia estriba en el propio estado espiritual de la persona, por así llamarlo; una persona íntegra es una persona que tiene dignidad, digamos como que va a zozobrar de pie. O sea, no estoy avalando –como dicen muchos terapeutas- que la dignidad permite que la persona pueda salvar todos los obstáculos, no, no es cierto, no es cierto para nada, la diferencia está en como pasa por determinadas situaciones.
En una revista de Argentina, hace muchas décadas atrás, había un artículo sobre cual era la diferencia entre el bueno, el malo y el tonto. Quien había escrito ese artículo era un joven que ahora debe tener más de cincuenta años, y él explicaba la diferencia entre el bueno y el malo es absolutamente notoria: el malo no mide las causas, directamente obra hostilmente sin reparar en el daño que puede hacer a diferencia del bueno, que antes de cometer un acto hostil primero va a sopesar verdaderamente lo que está haciendo y se va a abstener de cometerlo si ve que lastima a terceros, salvo que fuera por un bien mayor; o sea, aplicar una vacuna a una criatura es un acto hostil porque invade el cuerpo de la criatura y le causa un dolor bastante, bastante fuerte en su piernita o en su bracito pero es un acto hostil que, de alguna manera, le está salvando la vida porque puede evitar enfermedades futuras. Entonces, ahí, el bueno, sopesa la diferencia entre el acto hostil que está cometiendo en esa pequeña agresión en pos de una mejoría futura, porque de no aplicarla -esa vacuna- le puede causar un daño mayor.
Entonces, este joven, en aquella época marcó la diferencia entre el bueno y el malo y luego se preguntó si los lectores de esa revista sabían marcar la diferencia entre el bueno y el tonto. Y dio el caso de un amigo que estaba muy mal con su pareja y su pareja salía con las amigas, se iban a bailar a una disco y este muchacho, el autor de la nota, le dice: -¿Pero cómo lo permites? ¿Dónde está tu dignidad?
Y el joven le decía a este muchacho escritor: -Lo que sucede, que si me pongo en firme y si le digo que no vaya, la pierdo, no me va a hacer caso.
El escritor pone en las líneas que lo que el otro joven no entendía era que de todas maneras la había perdido, porque una persona que va a bailar con determinado círculo de amistades donde no se sabe que van a encontrar en ese lugar es porque no respeta, porque no tiene en cuenta a la pareja que tiene.
-¿Cuál sería la alternativa? –le preguntó este joven al escritor. Y la alternativa sería que actúes con dignidad, que le digas: -Mira, mientras estés conmigo, salimos juntos, no porque yo trate de dirigir tu vida, porque nadie es dueño del otro, ni siquiera la mejor de las parejas es dueño del otro, todo lo contrario, las cosas se acuerdan; en el caso tuyo no has acordado nada conmigo de ir, directamente te vas sin consultarme. Entonces, como no lo has acordado no quiero que vayas, porque me parece que es una falta de respeto a mi persona.
Y el joven le dice al escritor: -Pero si yo le digo todo eso, ella me va a decir: “Y si no te gusta, cortamos aquí”, y la pierdo.
El joven escritor le dijo a este muchacho amigo, del conflicto de pareja: -Cada vez que tú le permites salir, cada vez que le das un poco más de soga, cada vez se aleja más de ti, porque al verte tan permisivo deja de admirarte.
Ahora volviendo al presente, a mí, yo siempre digo que el amor tiene varias patas. El respeto es una: a este joven no lo respetaba. La admiración es otra: no lo admiraba. El diálogo es la tercera: no dialogaban, no dialogaban porque se iba sin consultarlo. Y el deseo es la cuarta: no lo deseaba al momento que se iba a bailar con las amigas y quién sabe que más.
Lo que quería decir este joven escritor, tanto al amigo como a los lectores, era que sin o con dignidad –y este es un caso especial que no tiene nada que ver con nada, es un caso que simplemente toco para que quede en la grabación- con o sin dignidad, la relación esa estaba perdida. Pero había una diferencia: caer de rodillas o caer levantado con la frente alta. Esto significa: El joven era tan permisivo, tan permisivo, tan permisivo que su pareja se iba alejando, alejando, alejando hasta que iba a llegar un momento que le iba a decir: -Mira, no quiero estar más junto contigo, así que, cortamos. O él tomar las riendas de la situación y decirle: -No quiero que te vayas a bailar con tus amigas, vamos juntos, para eso soy tu pareja. Y si la otra persona decía: -Bueno, no acepto. Cortamos aquí.
-Perfecto, cortamos pero bajo mis condiciones. Era él el que decidía cortar.
De la forma que se comportaba la otra persona era muy difícil que la relación saliera a flote nuevamente porque ya sabía que del otro lado no había ni respeto ni admiración, tampoco diálogo y tampoco deseo. O sea, que las cuatro patas estaban desplomadas. Entonces, la única opción que tenía él era, por su dignidad –que no tiene que ver con el orgullo, ahora voy a marcar las diferencias-, es por lo menos que la otra persona lo recuerde como que él, por lo menos, tuvo una postura digna.
¿De qué le sirve estar con una postura digna si total, igual la relación fracasó y perdía tanto de una manera como de la otra? Por lo menos para estar bien con él mismo de decir: “No concedí”. Yo puedo conceder o acordar algo que me parece potable, algo que me parece lógico; algo que juega en contra mía, me parece ridículo. Es como la persona que le hace a otra persona un préstamo de dinero con unos intereses del doscientos por ciento; si la otra persona accede, o bien porque está demasiado desesperada o bien porque no entiende los cálculos de interés.
En la vida cotidiana, dejando de lado el caso del escritor de esta revista, la dignidad nos da rédito; nos da, de alguna manera, satisfacción, porque a este joven no se la dio; con dignidad o sin dignidad este joven perdió igual.
Ahora, volviendo a este presente, ¿a nosotros, seres humanos, la dignidad nos da satisfacción, nos da alguna garantía de felicidad? Sí, nos da garantía de felicidad. Nos da garantía de felicidad porque nos hace sentir a nosotros mismos como seres enteros, no como seres partidos en dos.
No confundir dignidad con falso orgullo. El falso orgullo es la persona que se está muriendo de hambre y de repente tiene un amigo con el que no se lleva muy bien: “No, no, yo a ese no le pido plata ni loco”. Eso me parece un falso orgullo. Eso es humildad mal entendida, no confundamos las cosas.
De todas maneras, insisto, hay miles de facetas distintas pero tampoco lleguemos al extremo de disfrazar una dignidad de no consentir nada: “¡Oh, no, yo con esa persona no comparto mi asiento porque una vez tuvimos una disputa y no quiero ni acercarme!”. O sea, esto no es dignidad, esto es falso orgullo. La dignidad pasa por otro lado.
El falso orgullo yo lo relaciono más que nada con un capricho, un capricho egoico. La dignidad, no; la dignidad no tiene nada de ego, la dignidad es simplemente hacernos valer como seres humanos, pero no hacernos valer desde la pedantería porque esto ya si sería un papel egoico, simplemente que nos apreciemos como seres importantes que somos. Nadie nos va a apreciar como seres que somos si nosotros mismos no nos apreciamos primero. O sea, todo pasa por nosotros.
Entonces, vuelvo a retomar el hilo. ¿La dignidad nos da garantía de felicidad? No, garantía de felicidad no, porque no todo en la vida depende de nosotros, hay resultados que dependen de terceros, la dignidad nos va a hacer más llevadera la vida, no nos da garantía de estar bien, nos va a hacer más llevadera la vida, nos va a hacer sentir que cada decisión que tomamos la tomamos desde el respeto por nosotros mismos. Lo profundizo; toda decisión que nosotros tenemos que tomar en la vida la tenemos que tomar, primero y principal, desde el respeto por nosotros mismos. Entonces, cada elección que hagamos, ya sea una nueva vivienda, un nuevo trabajo, una relación de pareja, un grupo de amigos, evaluemos como es cada cosa y demos el paso o no de acuerdo a lo que nosotros creemos que nos hace bien. Acá no se trata de dis-cri-mi-nar, porque discriminar, se habla de uno para con los demás, acá se habla de una elección por uno mismo, para estar bien con uno mismo. Si yo, de repente, soy amante de determinado tipo de música y tengo un grupo de amigos que les gusta otro tipo de música y van a recitales de ese tipo de música, yo, con ellos, voy a compartir todo pero no los recitales, porque no voy a compartir ese mismo gusto. O sea, no los estoy discriminando, ni me estoy discriminando yo, voy a compartir las cosas que yo creo que son buenas para mí. Si de repente nos interesa una misma comida, la compartimos o tenemos un diálogo, una charla sobre un determinado tema, está perfecto; pero ni yo puedo obligar a los demás a que les guste lo que a mí me gusta ni ellos pueden obligarme a mí a que a mí me guste lo que a ellos les gusta. Entonces, ellos tienen que respetar mis límites y yo tengo que respetar el límite de ellos. Podemos acordar cosas y cosas no.
En las relaciones de pareja pasa exactamente lo mismo: no es obligación que a la pareja le guste lo mismo que le gusta a uno; tampoco tiene porqué ser así. Incluso si los dos integrantes de la pareja tienen una mente amplia -y ese ejemplo ya lo di muchas veces- pueden acordar. Si a mí no me gusta la pintura, iré un sábado al Museo de Bellas Artes a acompañar a mi pareja porque a ella le gusta la pintura y al día siguiente ella me acompañará a mí a un recital, aunque a ella no le guste, pero simplemente por brindarme su compañía. Eso significa amplitud de criterio, no significa que lo hagamos siempre ni que a partir de ese sábado o ese domingo a mí me guste la pintura o a ella le guste ese grupo musical, no; pero a veces podemos ceder. No podemos llevar la dignidad a tal extremo de decir: “No, yo no cedo un milímetro”, porque ahí sería falso orgullo, ahí ya no sería dignidad. Acordamos que dije que el falso orgullo se alimentaba del capricho y la dignidad no es caprichosa, porque el capricho es empacarse como un burro o como una mula sin un porqué, sin una razón: -¡Ah!, no, no, no; yo esto no lo hago. –O.K., ¿por qué? –No. Porque no. El porqué no, dejémoslo para los niños, no para una persona adulta pensante.
O sea, si alguien no está de acuerdo conmigo en algo yo tengo que respetar que no esté de acuerdo, ni siquiera tengo que exigirle que me diga el porqué. ¿Si me lo dice?, me va a dar una satisfacción, porque por lo menos yo sé que es alguna falla mía que tengo que modificar. Y si no me lo dice, bueno; es su problema.
De todas maneras, vuelvo a insistir: la dignidad no nos da garantía de felicidad.
O.K. Llegamos a la conclusión que no nos da garantía de felicidad. ¿En qué nos beneficia con respecto a la persona que no tiene dignidad? Primero, en que no somos permisivos.
O.K. ¿Nunca debemos ser permisivos? Sí, debemos ser permisivos, debemos ser permisivos con lo que nos pidan de buena manera, debemos ser permisivos con la gente que nos respeta, debemos ser permisivos con el amor... No debemos ser permisivos con el capricho, no debemos ser permisivos con situaciones hostiles, no debemos ser permisivos con la mentira, no debemos ser permisivos con la falta de respeto, no debemos ser permisivos con la hi-po-cre-sí-a, que es una de las peores fallas; con eso no debemos ser permisivos porque si somos permisivos, somos cómplices del mal. Si yo visualizo una situación y percibo que hay una actitud hostil de una persona a la otra y yo me lavo las manos tipo Poncio Pilatos, yo estoy siendo permisivo con este acto hostil. Si está en mis manos el poder impedirlo, mi dignidad me empujaría a que lo impida; ahora, si es un acto que sobrepasa mis fuerzas –físicas o morales o lo que fuera- bueno, recurriré a quien fuese necesario para impedir ese acto hostil. Eso es dignidad.
Entonces, la dignidad, ¿es permisiva o no es permisiva? Pongámonos de acuerdo. Sí, es permisiva con todo lo que es bueno. No es permisiva con lo que nos es hostil o con lo que le es hostil al común denominador. La persona digna no es permisiva al engaño del otro, no es permisiva a los malos modales del otro, no es permisiva a las burlas del otro; lo que pasa es que si somos tan poco permisivos podemos perder mucho: podemos perder relaciones, podemos perder amistades… En realidad, no; porque si esa gente actúa así, ya la perdimos. Volvemos otra vez al cuento de la revista del escritor, o sea, si esos amigos –entre comillas, amigos- su manera de ser es burlarse de todo y de todos, ¿qué estoy perdiendo si yo no soy permisivo con ellos, si no me convienen para nada, para mi manera de ser? No los estoy juzgando, no estoy haciendo prejuicios en este caso; simplemente estoy relatando lo que a mí me parece. Si yo tengo una relación de pareja que no me respeta o me maltrata o no me tiene en cuenta, si yo no soy permisivo con esa situación, ¿qué tengo que perder si en realidad ya perdí?
Entonces, en ese caso la dignidad no me va a hacer más feliz pero me va a hacer sentir mejor persona a mí desde mi punto de vista. Y lo más importante es lo que piense yo de mí mismo; después, lo que piensen los otros, porque si yo no me apruebo, menos me van a aprobar los demás.
Dicen que el ego necesita la aprobación de los demás. La dignidad necesita solamente de la aprobación de sí mismo. Esa es la diferencia entre dignidad y ego. Lo más importante que tiene el ego es que el ego nos manipula y hace que los demás nos manipulen o les manipulemos a ellos. Lo más importante que tiene la dignidad es que no permite que nadie nos manipule. Esa es la gran diferencia.
Retomando al comienzo, ¿qué ventaja tiene la dignidad sobre aquellas personas que carecen de dignidad?: Que nos va a hacer sentir mejor como seres humanos. Porque sabemos decir “No” cuando es “No” sin pensar en las consecuencias. Consecuencias que, de todas maneras, igual hubieran sido nefastas porque cuando algo está torcido, ya está; no hay manera.
Un ser digno se respeta a sí mismo. Un ser digno tiene admiración por sí mismo y eso contagia, eso genera contagio. Lo traduzco al español: Yo, sujeto ‘X’, me quiero, me respeto, me quiero no desde la auto suficiencia, no desde el egocentrismo, me quiero para que en base a quererme yo pueda querer a los demás. Eso quiero decir, ¿sí? Yo, sujeto ‘X’ me quiero, me acepto, me respeto, siento que valgo, siento que soy importante. Si yo pienso todo eso de mí, que soy importante, que valgo, que soy útil, que verdaderamente soy un ejemplar único, como todos, todos somos únicos, ¿por qué debería permitir el capricho de algunos o algunas?, ¿por qué?, ¿en base a qué? ¿Quién podría visualizar a un ser noble, gallardo, digno y que permita ser basureado? No, ¿no? Al contrario, es como que pondría el pecho a lo negativo -es una manera de decir-, lo ideal es no consentir nada negativo.
En el siglo XXI no existen los paladines que luchan contra dragones. Acá, el verdadero dragón es el rol del ego que cada ser humano tiene, ¡y cómo lo tiene! Es lo más difícil que existe: vencer los roles del ego. El rol del ego que nos hace permisivos, que permite que los demás nos sometan, que nos hace mentir, que nos hace ser hipócritas, que con tal de no ceder ante una situación nos hacemos las víctimas, los pobrecitos, tratamos de inspirar lástima. Pero el ego nos enceguece tanto, el ego nos pone una venda tan grande que no nos permite que nos demos cuenta de que cuanto más lástima generamos menos admiración generamos, porque la admiración y la lástima están en veredas opuestas; una está en una acera y la otra está en otra acera. Entonces, a mí no me interesa inspirar lástima para retener un afecto, yo el afecto lo retengo por mí, no porque me tengan lástima. Me gusta, sí, que me tengan admiración, pero no admiración desde el ego, desde la pedantería de decir: “¡Oh, Qué bueno!”, y te palmean la espalda, “¡Qué maravilla que eres!”, porque tú te das cuenta cuando te halagan, que en realidad es un falso halago para tratar de sacar ventaja. Eso tampoco sirve.
Pero que bueno que una persona digna despierte admiración: “¡Oh!, pero mira por el percance que pasó y sin embargo está de pie, fuerte”. Eso es importante. Aquella persona que trata de retener situaciones, que se le escapan como arena entre los dedos, a través de la pena, a través de la lástima o a través del sometimiento, lo único que logran es apartar más a los seres que quieren retener porque justamente por una cuestión psicológica la persona siempre se va a apartar de aquella persona que inspira compasión o piedad; va a despertar un sentimiento: “Oh, pobre, pero mira…” No es el sentimiento justamente que esperamos nosotros de una relación de pareja, de unos amigos… No me voy al otro extremo, como decimos en la jerga callejera de decir: -Oh, prefiero que me digan “¡Oh! ahí va el hijo de tal…”. No, no, tampoco, porque no se trata de pasar de ser el mayor de los permisivos a transformarte en el pedante número uno o en el hostilizador más grande que existe, no, no, no; se trata de respetarnos a nosotros mismos, eso es lo que logra la dignidad.
La dignidad hace que el ser humano esté totalmente alejado de la lástima de sí mismo porque lástima se puede sentir por un ser indefenso pero un ser digno nunca está indefenso aunque no tenga todo el poder físico o todo el poder moral o todo el poder mental. La dignidad tampoco pasa por un estado de salud; hay personas que tienen una salud medianamente deplorable y sin embargo, se comportan dignamente. Es una virtud que se lleva dentro, en la parte espiritual y eso sí merece admiración.
Por último, ¿la dignidad tiene asegurado el amor?, ¿la dignidad tiene asegurada la amistad? No, no siempre, pero tenemos un cincuenta más de posibilidades, un cincuenta más de posibilidades de que la persona digna encuentre el verdadero amor o la verdadera amistad que aquella persona que no es digna. Al contrario; creo que aquella persona que no es digna es muy difícil que encuentre verdaderos amigos porque no lo van a respetar. Es muy difícil que encuentre el verdadero amor porque es muy difícil que lo logre. La persona digna tiene un cincuenta por ciento más de posibilidades. ¿El cien por ciento? El cien por ciento lo tiene Dios solamente.