Monday, December 02, 2013

TRAMPAS DEL EGO

TRAMPAS DEL EGO

 
Sesión de Psicointegración: 02/Nov/2013

De Jorge Raúl Olguín. 


Las Trampas del ego y de la Mente reactiva: La frustración aparece cuando no se obtiene lo que se espera obtener cuando creemos que hemos trabajado mucho un tema determinado y es porque inconscientemente nuestro ego nos ha hecho sobrevalorarnos, nos ha disfrazado la realidad y las auténticas posibilidades de logro.


Jorge Olguín: Muchas veces conocemos nuestros objetivos. También sabemos lo que sucede en nuestro entorno, lo que podemos esperar de las personas que nos rodean, sus actitudes, nuestras actitudes en respuestas a las suyas. Muchas veces a la espera de una respuesta donde conscientemente sabemos que tenemos un 95% de posibilidades que la respuesta sea negativa, donde hipotéticamente sabemos que en nuestro entorno cuál puede ser la actitud hostil o no de las otras personas nuestra mente analítica ya está preparada y de esa manera evitamos una frustración.


Sin embargo, inconscientemente, esa frustración la tenemos. Nos analizamos, nos preguntamos a nosotros mismos: "¿Algo está mal?". Porque sabiendo que tengo una alta probabilidad de que la respuesta sea la esperada, ¿por qué me frustro?


Es como si en un examen no hubiera estudiado nada de nada sobre el tema a tratar. Sé que voy a sacar una nota baja, estoy preparado psicológicamente a sacar una nota baja porque honestamente no estoy preparado porque no estudié. Habré escrito 3 o 4 líneas en la prueba.


Al día siguiente me dan la nota. Miro, una nota baja. ¡Ah! Dentro de mí siento una frustración.


-¿Pero qué me pasa? ¿Estoy desequilibrado? Si era la que yo me esperaba.


Si la actitud de la otra persona era la actitud que se esperaba, si el no de la entrevista con todas las posibilidades y toda la gente delante de mí la respuesta negativa era la que yo esperaba era lo que yo sentía que era lo que podía ser e incluso estaba convencido que sería así mi mente analítica dice "No hay frustración" porque la frustración se produce cuando tú convencimiento es a favor tuyo y tenías un 1% en contra, un 1% en contra. Obviamente ahí sí hay una frustración.


¿Qué pasó? ¿Qué detalle se me escapó? Hasta ahí está todo bien pero cuando tenemos un 99% en contra ya nos hacemos a la idea de que esto no es posible. La actitud de la persona, la respuesta del trabajo, la nota del examen.


¿Por qué nos frustramos? Porque en lo más profundo de nuestro inconsciente hay un ego gigante muy escondido -que lo que asoma es muy pequeñito y ese ego pequeñito que asoma por debajo es enorme como ese 90% del témpano que está debajo del agua- que nos da la chispa de esperanza, de falsa esperanza y ahí nos frustramos.


Ese ego que actúa en nuestro inconsciente nos desvirtúa la realidad. He comentado más de una vez en distintas conferencias con todos los que hemos visto la película Titanic, que se hundió en 1912 hace más de cien años, cuando visualizan el témpano y ven que el radio de giro es demasiado pequeño para esquivarlo, desde la butaca de la platea mentalmente estamos haciendo fuerza para que lo esquive. Voy más lejos: incluso vemos que debajo de la línea de flotación se raya el buque y se abre una gigantesca grieta por la que penetra agua y pensamos "¡No! Son compartimentos cerrados que los pueden aislar para que el barco no se hunda".


¿Pero de qué estamos hablando? Históricamente sabemos que se hundió y la película está basada en un hecho real. ¿Algo funciona mal en nuestro decodificador? ¿Nuestra mente va a cambiar la historia? No. Entonces, ¿por qué hacemos fuerza emocional para que el barco no se hunda si sabemos que hace cien años se hundió? Porque ese ego que está escondido en nuestro inconsciente intenta cambiarnos la realidad porque el ego demanda, el ego pide y el ego siempre pide estar bien incluso a costa de un engaño. Nuestra mente analítica sabe que es imposible porque no le podemos pedir peras al olmo. Capaz que nuestro ego -hipotéticamente e irónicamente lo digo- se sienta en un árbol vecino esperando a que el olmo dé peras. (¡Una broma!). Obviamente que el barco se hunde.


En la vida cotidiana muchas veces sabemos que hay un entorno que no se puede modificar no porque uno sea pesimista, no porque uno no tenga deseos de luchar para cambiar porque si uno no tuviera deseos directamente se acuesta en una cama, se pone a leer, una almohada mullida y se deja estar. No, no es así la vida. La vida es movimiento, la vida es superación.


Hagámonos cuenta que la vida es como un río que tenemos que remontar pero la corriente va para el otro lado; entonces tenemos que nadar. O bien si estamos en una embarcación remar en contra de la corriente. Y vamos avanzando quizá un metro por minuto nada más pero vamos avanzando. Si nos quedamos sin bracear o sin remar la corriente nos va a llevar hacia atrás. O lo mejor que puede pasar es que nos quedemos estancados. Pero ni estancados ni para atrás es la solución, la solución es ir para adelante en la vida. Ir para adelante no significa mejorar en el aspecto económico, en el aspecto espiritual solamente sino intentar y no nos quedemos solo en intentar porque yo puedo decir "Yo trato de tener una posición mejor" pero la mayoría de la gente se queda en el "Yo trato". A treinta centímetros a mi izquierda tengo un libro. Entonces digo "Yo trato de tomar el libro, trato de coger el libro".


Estoy tratando pero mis manos están paralizadas porque estoy tratando, no lo estoy cogiendo, no lo estoy sujetando, estoy tratando de.


Entonces en la vida cotidiana, "Yo trato", "Yo intento" queda en tratar, intentar. En la vida cotidiana es decir "Yo lo sujeto", "Yo lo consigo" y lo tomo. Entonces no es tratar, no es intentar: es hacer.


Volviendo al tema del comienzo. Obvio que se comienza con intentar pero el intentar, el tratar es estéril si luego no va la acción. Es como aquel que está recostado en el árbol y dice:


-Mañana voy a buscar trabajo.

Al día siguiente dice:

-Sí, sí. Mañana voy a buscar trabajo.

Y hay un chico que le escuchó:

-¡Señor!

-¿Sí?

-Usted dijo que mañana iba a buscar trabajo y ya pasó.

-Disculpa -le dice el señor que está recostado en el árbol al chico-, mañana no llegó. Es mañana.

-Pero eso lo dijo ayer.

-Pero hoy digo lo mismo. Mañana.

Siempre va a ser mañana para el que no dice "Hoy voy a buscar trabajo".


Pero retomo el tema. Tengo que intentar para luego transformar este intento en acción, el "tratar" en "hacer". Entonces hago lo posible por modificar mi entorno, por buscar ese trabajo, por que me aprueben ese presupuesto, por que la persona que me gusta diga "Sí", por que ese grupo de amigos me permita sentarme a su mesa, por que me acepten en ese club.


Ahora bien, supongamos que ese grupo de amigos se encuentra cómodo con los cuatro o cinco que son y no quiere a nadie más. Supongamos que ese club sea exclusivo y haya que tener una tarjeta negra para entrar. Supongamos que esa persona que me gusta no solo me ignora sino que directamente no quiere saber nada de mí. Supongamos que en este trabajo toman hasta determinada edad y yo tengo cinco años más de la edad requerida máxima. Supongamos que esa persona que yo quiero hace que entienda mi punto de vista, no le interesa escucharme, me oye pero no le interesa escucharme.


Analíticamente, ¿cuántas posibilidades tengo que me acepten en ese club donde se precisa una tarjeta negra y yo apenas tengo un mínimo en el banco, al contrario, estoy debiendo la mensualidad de la tarjeta porque me embarqué en distintas cosas? ¿Cuántas posibilidades tengo que ese grupo de amigos me acepte? ¿O la persona que me gusta? ¿O esa persona de mi entorno que no me escucha para que modifique su actitud? Un uno por ciento en un lado, en el otro lado cero, cero posibilidades. En el otro habrá un cinco por ciento, en el otro un dos por ciento. El porcentaje más alto es un cinco por ciento quizá en la mesa de amigos.


En el club directamente me cierran la puerta en la cara:

-Usted no reúne las condiciones.

El amigo más cerca me dice:

-Mira, no, no. Ya estamos completos.


La persona que me gusta directamente ni me escucha. Se ríe y con una cara de pena se da vuelta y se va. La persona de mi entorno me recrimina porque intenté querer modificar algo de su manera de ser.


Pero todo eso -la persona que me gusta, el club, los amigos, la persona de mi entorno- yo ya sabía todas las respuestas, yo ya sabía que era un no. Un cero por ciento, un uno por ciento, un dos por ciento, un cinco por ciento. No puedo frustrarme. ¿Por qué me voy a frustrar si yo ya sabía la respuesta?


Pero mi ego, ese ego que está escondido muy en la sombra, muy en el inconsciente, que disfraza la realidad me hace pensar que quizá, que tal vez, que posiblemente... Y ese quizá, ese tal vez, ese posiblemente va creciendo y creciendo y creciendo y en mi mente crece una fantasía, como la fantasía de salvar el Titanic cuando sé que se hundió. ¿Mi mente desvaría? No, estoy absolutamente lúcido. Entonces, ¿qué es? Es el ego que me pone un espejismo. Como aquel viajero del desierto que ve un oasis: "Un oasis". "Un oasis". "Un oasis". "Un oasis". Y no era un oasis, era nada más que arena, más que arena, más que arena.


El otro ejemplo que doy es el juego de lotería, quiniela, algún billete de premio donde pago con monedas nada más. Yo sé que tengo una en un millón de posibilidades de ganar, de acertar los números. ¿Qué pierdo? Lo que vale ese pequeño billete de lotería es lo mismo que me cobran de un café en un bar. No me hace nada. Es simplemente por diversión. No se puede decir que sea lúdico que me gaste un par de monedas en un billete. No me estoy gastando un sueldo, me estoy gastando el precio de un café. Obviamente que no voy a ganar, hay un millón de personas que jugaron. El sorteo es el domingo a la noche. El lunes a la mañana leo el diario y veo que no gané. Era obvio que no iba a ganar. ¿Y por qué me frustro? Otra vez ese pequeño enano llamado ego le echa leña al fuego de la esperanza para que crezca.


"Y bueno, yo sé que la semana pasada hubo uno que ganó diez millones. ¿Por qué no puedo ganar yo?". Claro que puedo ganar, todos los números están en el bolillero. Pero mi mente analítica me dice "Uno dividido entre un millón de posibilidades". Analíticamente no puedo frustrarme porque era absolutamente lógico que no salieran mis números. Ese ego que asoma me jala de la ropa y me dice "No, podías haber ganado. Inténtalo para la próxima semana".


No caigamos en esa trampa porque aunque el precio de un billete sea el precio de un café vamos a estar obsesivos y vamos a estar esclavos pendientes de que cada semana va a salir nuestro número cuando no va a salir. ¿De verdad queremos a estar prisioneros de un anhelo que jamás se va a resolver a favor nuestro? Ya bastante esclavitud tenemos con la sociedad, con el producto del mercado que nos vende cosas inútiles.


No es malo ilusionarse. Yo puedo tener la ilusión de viajar, el día de mañana tener una casa más grande, el día de mañana conocer un valle que había visto solamente en fotos. O hacer ese viaje que planeo hace tiempo en tanto y en cuanto no quede preso de esas ilusiones porque entonces paso a ser un esclavo de mi ego.


Mi mente analítica me dice qué es lo posible, qué es lo probable, que es lo improbable y qué es lo imposible. Lo posible, lo probable, lo improbable y lo imposible.


Con lo improbable podemos tener alguna posibilidad. Mínima. Con lo imposible, cero posibilidad. A veces cuando lo improbable no se da nos frustramos. No deja de ser una trampa del inconsciente porque sabemos que es absolutamente improbable.


Pero a veces tenemos esperanzas ante lo imposible y ahí sí ya nos ponemos a pensar "¿Nuestra mente coordina bien? ¿Queremos cambiar lo que no podemos cambiar? ¿Queremos modificar lo que no podemos modificar?". Solo hay una cosa que podemos modificar: una. Esto es muy importante. Lo único que podemos modificar, lo único que podemos cambiar -no dije intentar ni tratar de, cambiar directamente- somos nosotros. El trabajo siempre es con nosotros. Nosotros no podemos trabajar por el otro, el otro tiene que trabajar por sí mismo.


Claro, nosotros podemos ofrecer las herramientas al otro pero yo no puedo trabajar por el otro. Es como si fuéramos dos compañeros de curso en dibujo y a él le salieran mal los planos.


Y yo le digo:

-Mira, dame tu lámina que yo dibujo por ti.


No lo estoy ayudando porque se va a recibir de arquitecto y va a ser un pésimo dibujante. Lo que después vaya a construir se va a caer a pedazos porque junto con la lámina va el cálculo de resistencia de materiales, etcétera, etcétera, etcétera.


No puedo hacer el trabajo por él. Le puedo explicar cómo hacer su trabajo pero es su trabajo. Mi trabajo es cambiarme yo, mi trabajo es trabajar conmigo. ¿Cuánto tiempo tengo que trabajar conmigo? ¡Qué pregunta! ¿Una semana? ¿Un mes? ¿Un año y luego lo tengo todo resuelto? Mmm... Mmm... No. El trabajo con uno es toda la vida porque siempre va a haber algo que modificar a favor nuestro. Si no fuera así nos creeríamos infalibles:


-Ya terminé mi obra conmigo mismo, no hay nada más que hacer.


Entonces, ¿qué hago? ¿Me subo a un pedestal como una estatua de David? Tengo que trabajar siempre conmigo. Eso no quita que ayude a los otros a que tengan sus herramientas para trabajar pero no puedo trabajar por el otro. Si yo entiendo que no puedo trabajar por el otro, si yo entiendo que mi tarea es darle las herramientas para que trabaje no me voy a frustrar. Y si yo percibo, veo, observo que el otro no tiene afán de trabajar o que en su demanda le resulta más cómodo demandar que trabajar sobre sí mismo, sabiendo que mi responsabilidad es trabajar conmigo no me frustro porque la tarea es conmigo y darle la posibilidad de que el otro trabaje con su persona explicándole cómo pero no puedo trabajar por la otra persona. Primero que no debo. Segundo que yo no sé -por más que haya convivido con la persona veinte años- cómo es su interior. Yo sé lo que veo exteriormente, lo que la persona me cuenta pero no sé cómo es su abismo interno, es la persona la que lo sabe porque hay cosas que no saca porque su ego no le permite sacar. Apenas me conozco a mí mismo, por eso tengo que trabajar toda la vida conmigo.


Si yo entiendo, y reitero, si yo entiendo que el trabajo es conmigo y que a mi entorno lo más que puedo hacer es darle las herramientas para que trabaje con su persona no me voy a frustrar porque voy a saber por qué sendero camino. Mi ego no me va a hacer ilusionar con la persona que me gusta, con el club privado y con la mesa de amigos porque yo voy a saber adónde apunto trabajando conmigo.


Yo me ocupo de mi ego. ¿Del ego de la otra persona? Que se ocupe la otra persona de su ego porque yo no sé cuál es su ego. Apenas reconozco los míos que se camuflan permanentemente. ¿Cómo voy a conocer los egos de la otra persona?


-Pero, bueno, con la forma de hablar, de ser, de actuar...


¡No! Porque está actuando. Si está actuando, si en ese momento es un actor o una actriz, ¿cómo sé yo quién es de verdad si siempre está con distintos roles? Con el trabajo que me cuesta resolver los míos.


Termino diciendo, entonces, que el trabajo es conmigo. Y a partir de ahí, lo demás.